En la escuela de abejas para descubrir cómo proteger nuestro ecosistema
Las abejas, insectos polinizadores por excelencia, vuelan de flor en flor no solo para nutrirse, sino también para protegerlas y hacer que aumente su capacidad de dar frutos. Sus colmenas son un pequeño gran superorganismo de individuos sociales que encuentran en el ecosistema biodinámico el entorno ideal para proliferar y realizar su valiosa función en libertad.
¿Te has preguntado alguna vez si conoces realmente la función de las abejas en nuestro ecosistema?
Más allá de la producción de miel, polen, jalea real, cera y propóleo, hay otras muchas razones por las que el ser humano y el mundo vegetal no deben engañarse pensando que pueden prescindir de ellas.
Las abejas son verdaderos individuos sociales que viven en una comunidad matriarcal que han creado sabiamente, dentro de la cual desempeñan tareas muy precisas, todas ellas igualmente necesarias para la supervivencia de toda la familia de la colmena.
El suyo es un entorno cerrado, protegido y autosuficiente, que recuerda a las características del organismo biodinámico. Y es precisamente en el método agrícola biodinámico donde encuentran un aliado acogedor e incomparable, ya que las plantas que ellas protegen y polinizan están libres de insecticidas químicos y agentes agresivos.
En resumen: las abejas son un ejemplo de sociedad, colaboración y agregación, pero también un baluarte intocable por su capacidad de regular el ecosistema y de promover y aumentar los resultados de la producción agrícola.
Les debemos mucho y, con ellas, es crucial seguir protegiendo la biodiversidad.
Una identidad fuerte para el interés de todo el mundo: la exitosa colaboración de las abejas en la sociedad
Pequeñas, cautelosas y diligentes, las abejas son una categoría de insectos que podrían dar una clase magistral sobre los beneficios de «la unión hace la fuerza».
En primer lugar, conviene señalar que viven en familia y, para proteger su núcleo, trabajan y actúan a diario. Todas son hijas de una única madre, la abeja reina, y responden a sus impulsos sobre la base de un esquema muy preciso de roles y castas.
En la naturaleza, eligen construir sus panales en cavidades protegidas, como troncos, hendiduras de rocas u orificios de difícil acceso. El ser humano las cría y les prepara cómodas casitas llamadas colmenas, sin alterar la planimetría ni la delicada distribución de las habitaciones.
Cada celda tiene diferentes dimensiones, en función del miembro de la familia que albergue: el zángano (el macho, inactivo y únicamente responsable del apareamiento con la reina), las abejas obreras (hijas hembras, pilares de la colmena) y la propia reina, madre y guía de la casa común.
Para las abejas, vivir juntas y cultivar su fuerza relacional no es una elección: solas no sobrevivirían, ni siquiera teniendo a su disposición agua y comida.
¿Por qué la colmena es un (super)organismo?
El cuerpo humano es un organismo vivo con muchas funciones vitales esenciales.
En esto, todos estamos instintivamente de acuerdo.
En su interior funcionan los aparatos digestivo, respiratorio, esquelético, muscular, inmunológico, etc. Claramente con diferentes funciones, pero todas con el mismo grado de importancia.
Pues bien, en la colmena, las abejas realizan estas mismas tareas de forma ordenada y eficiente. Por increíble que parezca, hay abejas limpiadoras, exploradoras, pecoreadoras, nodrizas, guardianas, cereras e incluso sepultureras.
Cada una de ellas pertenece a la casta de las abejas obreras y podrían compararse con una célula, o un órgano, de esta superentidad especial. De hecho, todas sus pequeñas o grandes actividades están orientadas al funcionamiento de este microcosmos.
La abeja reina es el centro indiscutible de su mundo: la única hembra fértil de la colonia y la que indica a las demás, a través de feromonas, qué tienen que hacer y cuándo lo tienen que hacer. El sistema central y el aparato reproductor de una sociedad diseñada a su imagen y semejanza.
La vida de las abejas es extremadamente variable.
Las obreras viven entre 30 y 40 días en verano y hasta 6 meses en otoño. La reina vive más de 3 años, pero, a medida que envejece, pierde su capacidad reproductiva y, por tanto, su autoridad y vigor.
Las abejas en Ortofficina: un hábitat ideal donde vivir, que se debe proteger
Partamos de una premisa: las abejas, al salir de la colmena, desempeñan una labor que también conlleva riesgos.
Las abejas domésticas y silvestres son responsables de aproximadamente el 70 % de la polinización de todas las especies vegetales vivas del planeta y proporcionan alrededor del 35 % de la producción mundial de alimentos. ¿Cómo? Mediante la polinización entomófila (que es la que realizan los insectos).
Sin embargo, las flores y plantas en las que se posan suelen estar contaminadas con pesticidas venenosos, que ponen en riesgo su supervivencia. El método agrícola biodinámico no las utiliza, sino que maximiza su utilidad: deja que elijan su trayectoria y que construyan una densa red mientras vuelan, que, a modo de sombrero, envuelve y protege todas las plantas medicinales sobre las que se posan. Este «sombrero» aleja a las abejas de otros enjambres, pero también —y principalmente— a otros insectos considerados perjudiciales para esa especie vegetal.
Las plantas medicinales cultivadas en Ortofficina se benefician de este insecticida natural y espontáneo, así como de la fuerza productiva que proporciona la polinización.
De lo que no hay duda es que las abejas, entre sus filas, no corren ningún peligro.
El enjambre: una nueva familia de abejas que protegen la biodiversidad
Es cierto que, dentro de la colmena, la abeja reina da vida a zánganos y a abejas obreras. No obstante, para que la sociedad de las abejas se expanda y continúe, es necesario que se creen otros núcleos capaces de forjar esa misma comunidad valiente. Al fin y al cabo, una reproducción al cuadrado.
El enjambre no es más que una multitud de abejas que, con su maestra, salen juntas de su colmena de origen para formar otra colonia. Esto se produce cuando la reina vieja, ya sin fuerza, es sustituida por una joven hija dispuesta a heredar el cetro, pero también cuando el enjambre queda huérfano y debe unirse a otro grupo. Requiere mucha preparación y la selección previa de un nuevo hogar que sea adecuado para tal propósito.
Una cosa es cierta: sin una reina, el enjambre no puede mantenerse en pie.
En nuestra finca agrícola Ortofficina, ubicada en las colinas de Bolonia, se ha producido este fascinante fenómeno, que ha llevado a un enjambre a abandonar la antigua colmena hacia las ramas de un espino blanco, a la espera de trasladarse a un nuevo hogar donde criarse.
Desde esta segunda base, seguirán protegiendo las especies cultivadas en el perímetro de la finca agrícola, que es el punto de partida de los agrocosméticos circulares de Oway. Y continuaremos garantizándoles una permanencia segura, para que puedan mantener el equilibrio del ecosistema, polinizando y protegiendo las preciosas fuentes vegetales de las que proceden nuestros extractos y fórmulas.