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Greenwashing: el “ecologismo de fachada” que, sin duda, no necesitamos

March 29, 2022 · · One minute read

Proclamarse amigable con el medioambiente y certificarlo en la etiqueta es la nueva frontera de la mistificación de las prácticas de impacto cero. Una explosión de hojitas verdes, una lluvia de sellos "bio", "verde" y "natural" que confunden, empañan y encubren la realidad. Te mostramos cómo reconocer el engaño y minimizar las consecuencias.

Para el término greenwashing, puede leerse la definición "dar un sabor inconsistente a un alimento claramente tóxico y venenoso".

Preservar el medioambiente, minimizar las emisiones, reducir el consumo y producir de forma responsable son objetivos prioritarios en las conversaciones de todo el mundo, pero realidades efectivas en la vida de muy pocas personas.

No hay marca que no haya detectado la codiciosa oportunidad de ganar dinero (hablemos claro: de lucrarse) aprovechando la creciente concienciación sobre el cambio climático. 

Los productos bio florecen en cada esquina, las líneas 100 % verdes brotan como setas… pero, por desgracia, el lado oscuro de la publicidad engañosa suele esconderse bajo el brillo de la sostenibilidad.

Greenwashing: origen del término que guiña el ojo al consumidor atento

 

Para comprender los fenómenos, a menudo basta con leer bien las palabras. Greenwashing no es más que la fusión de dos términos que significan “verde” y “lavado”. El verde se considera universalmente el color de la ecología, y el lavado es la mejor manera de ocultar la evidencia.

¿Cómo podríamos traducir esta expresión al español?

Bueno, de una forma más o menos literal. Lavado (de imagen) verde, ecoimpostura, ecoblanqueo... como prefieras, estamos abiertos a propuestas. 

¿Y a quién debemos la invención de este término que, desgraciadamente, ya forma parte del lenguaje común? A Jay Westerveld, ecologista estadounidense que lo utilizó, a mediados de la década de los 80, para definir el trabajo de las cadenas hoteleras que usaban el argumento del "impacto medioambiental " para evitar que los huéspedes pidieran con demasiada frecuencia el servicio de lavandería.

La razón era obviamente económica… y la explicación falsamente ética.

En la década de los 90, esta práctica se intensificó, hasta convertirse en una cantinela omnipresente en nuestro día a día.

 Leer entre líneas las advertencias (y manejar los riesgos con cuidado) 

Seamos realistas: las empresas, lamentablemente, intentan colárnosla

La falsa credibilidad medioambiental es una quimera para muchas marcas, sobre todo para aquellas que no tienen la fuerza de los hechos de su lado. 

Frente a ellas hay consumidores cada vez más atentos, informados y dispuestos a tomar decisiones responsables, mientras que detrás tienen el resultado de años y años de enfoques productivos agresivos, globalizados e intensivos, de los que es difícil distanciarse.  

La solución más rápida es blanquear todo y dar una mano de verde. Y rezar para que a nadie se le ocurra rascar un poco y ver qué hay debajo.

Sin embargo, existen algunas señales de alarma que pueden activar nuestra atención e inducirnos a abrir los ojos. Las primeras señales evidentes son:

  1. un lenguaje deliberadamente vago o demasiado científico como para usarse;
  2. una comunicación parcial, que pone el foco en un aspecto de la producción y "se olvida" de informar de todas las demás fases;
  3. una avalancha de autocertificaciones que las empresas se autoatribuyen, sin estar avaladas por la garantía de terceros.

Darse cuenta de estos torpes intentos de omisión ya es un buen punto de partida para no dejarse engañar.

¿Cuánto (y cómo) nos perjudica el greenwashing?

 

Una vez que se aprenden los pequeños consejos para reconocerlo, el problema parece estar resuelto.

Y, entonces, ¿por qué este fenómeno sigue siendo un peligro para el desarrollo sostenible del mercado? En primer lugar, porque es esquivo y difícil de combatir.

Y porque, siendo sinceros, el problema no son los consumidores ni su cada vez más alto nivel de concienciación. El dilema es qué hay detrás de ese mensaje engañoso, así como la responsabilidad de todos los involucrados en los diferentes niveles de la cadena productiva. 

Si el greenwashing se convierte en una forma de distraer y de apartar la mirada de las malas prácticas productivas, la consecuencia lógica es que esos procesos seguirán existiendo sin una evolución real a favor del medioambiente.

Si bien la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) supervisa la publicidad engañosa a nivel nacional, son los consumidores quienes corren el riesgo de salir más perjudicados por el bombardeo de información incompleta e inexacta.

Y el mayor fracaso será la incapacidad de cambiar el rumbo, dejando al planeta a merced de sus irreversibles cambios climáticos.

Oway no es green de fachada... lo es de verdad  


 

 ¿Es una afirmación fuerte? Sí, porque es real.

Para llegar al cambio, hay que dar el primer paso, y esto es lo que siempre hemos hecho. Sin esperar un buen ejemplo.

Debemos tener el coraje de mirar los datos y elegir cómo queremos actuar. Sin excusas.

 El plástico siempre contamina.

El bioplástico es plástico.

El plástico reciclado tiene una vida corta.

En la mayoría de los casos, no se necesita un embalaje secundario.

Existen alternativas ecológicas a los materiales contaminantes.

 ¿Banalidades? Eso esperamos.

 No basta con lanzar un producto a base de ingredientes botánicos, si todo el resto de la gama es sintético. Ni siquiera vale de nada usar las palabras "bio", "verde" o "natural" si ese producto luego se envasa en botellas de plástico que son tóxicas para el medioambiente.

La coherencia es la fórmula ganadora, y la transparencia está en las fórmulas. Sí… ¡pero en todas!