Embalajes superfluos: la avalancha de envases que acaba en el cubo de la basura
Tras las fiestas, sabemos con certeza que los regalos que más hemos recibido han sido paquetes, contrapaquetes, sobrepaquetes y todo lo «necesario» para mantener intacto el contenido. El sobreembalaje es el triunfo de lo desechable: un fenómeno cada vez más acentuado que ha alcanzado paradojas de uso sin sentido.
Aparte de estar entre los diez regalos de Navidad más populares, ¿te has preguntado alguna vez qué tienen en común los televisores ultraplanos, los zapatos, las consolas, los perfumes y los productos para el hogar? Muy sencillo: el despilfarro desmesurado de sobreembalaje en sus paquetes.
Ahora, después de días de desempaquetar compulsivamente, sus cajas probablemente están tiradas junto a los contenedores de basura desbordados con el papel de regalo, las pegatinas y el lazo todavía pegados.
Pero si fuera una excepción relacionada con la Navidad, después de todo, las consecuencias serían limitadas. El problema es que su presencia es generalizada en los supermercados, entre estantes y frigoríficos repletos de embalajes completamente innecesarios y evitables.
Gran parte de la responsabilidad de todo este derroche recae en las empresas y en los productores. No solo los que fabrican los embalajes, sino también los que se abastecen de ellos para completar la eficacia de su cadena de producción.
Ha llegado el momento de una política de envasado más responsable. El ecodiseño tiene el deber de eliminar en la medida de lo posible los envases secundarios, tanto en el sector alimentario como en todos los demás segmentos de producción.
El sobreembalaje, una emergencia: por cada cien gramos comprados, se genera medio kilogramo de residuos de plástico
Reconozcámoslo: una vez que volvemos del supermercado y desembalamos las compras, 1/3 del botín termina en la nevera, el congelador y la despensa, mientras que los 2/3 restantes van directamente del maletero a los cubos de reciclaje.
Eliminar los residuos de forma adecuada es importante, pero ¿cuánto más fácil sería si no estuviéramos inundados de bandejas de poliestireno para una sola porción, capas y capas de papel film inútil, envases secundarios para cápsulas no compostables y bolsas de todo tipo?
La caja de la pasta de dientes, por ejemplo, solo sirve para tirarla al cubo de la basura en un tiempo récord. Por no hablar de las tapas secundarias de los yogures, los cartones de los zumos con la cañita de plástico imposible de quitar, o los quesos envueltos en una doble capa de plástico y colocados en una bandeja tres veces más grande que el producto.
Más que de un problema de recogida puerta a puerta, el sobreembalaje de las grandes superficies es un problema de hábitos. Lo que determina una compra suele ser la pereza, esa prisa injustificada que nos hace preferir dos plátanos envasados y ya pesados a la fruta a granel.
Y el problema es nuestro, pero también de quienes fomentan este enfoque, poniendo en el mercado montañas de envases insostenibles y contaminantes. El verdadero desafío de las marcas no debe ser ofrecer huevos que «ahorren tiempo», precocinados, sin cáscara y bien empaquetados. Por el contrario, el desafío es eliminar lo que no es necesario.
Embalaje excesivo: la desproporción entre el contenido y el contenedor
Si en los puntos de venta el abuso del embalaje es patente, en las compras en línea el sobreembalaje alcanza cotas aún más inimaginables.
La razón es muy sencilla: producir cajas en serie, del mismo tamaño y con el mismo troquel, tiene unos costes muchos más bajos que la producción a medida en diferentes formatos.
¿Y quién se molesta si el tamaño desproporcionado de ese envase requiere cantidades exageradas de relleno para proteger el producto? En pocas palabras: aproximadamente el 95 % del valor del envase se evapora después del primer uso.
No cabe duda de que personalizar las cajas no es sinónimo de ahorro, pero es la única forma de entregar los pedidos de manera responsable. Un paquete sobredimensionado en relación con los artículos que contiene ocupa innecesariamente más espacio en el camión, genera residuos evitables y tiene un enorme impacto en las emisiones de dióxido de carbono determinadas por el peso de su transporte.
Si las empresas tienen la tarea de fabricar cada vez más productos a medida, nosotros, como individuos, podemos cambiar nuestros hábitos (sin grandes sobresaltos): acumulando compras, por ejemplo, y evitando pedir solo un blíster de pilas cada vez.
Con un pequeño esfuerzo se obtienen grandes (y sostenibles) resultados.
El papel de las empresas y el eslabón decisivo de la cadena de producción: el embalaje
Adelantémonos a las objeciones: antes de los planteamientos ético-ambientales, hay que medir la seguridad y la protección del producto que se pone en el mercado.
Los productores, procesadores, importadores, comerciantes y consumidores contribuyen a mantener el valor y la integridad de los materiales durante el mayor tiempo posible. En pocas palabras, un envase alimentario debe garantizar la frescura y combatir el deterioro del producto; un envase cosmético tiene la obligación de conservar la fórmula de detergentes, mascarillas, acondicionadores, cremas y otros productos similares.
Sin embargo, una vez cumplidos los requisitos de seguridad, hay otro aspecto que determina el valor absoluto del producto, y es la elección de materiales naturales y reciclables para envasarlo.
No hace falta decirlo: la protección de las personas también –y sobre todo– implica salvaguardar su hábitat.
Nuestra historia: el cambio pasa por los hechos
Para Oway, las GMP (Good Manufacturing Practices, o buenas prácticas de fabricación) no pueden ignorar algunos principios fundamentales: la eliminación del plástico, la elección del vidrio y el aluminio como alternativas 100 % reciclables y hasta el infinito y la abolición de los envases secundarios y superfluos.
Los frascos de vidrio y los tubos de aluminio de los productos agricosméticos Oway son envases seguros, protectores y resistentes, que no requieren cajas ni embalajes innecesarios.
Sus tapones son de aluminio totalmente reciclable y permiten intercambiar y reutilizar los dispensadores, evitando la acumulación y la eliminación de los dispensadores sobrantes.
¿Y las cajas del comercio electrónico?
Pensemos en cuántas veces las empresas nos dicen –utilizando el lenguaje del «greenwashing»– que se preocupan por fabricar productos ecocompatibles, pero luego nos los entregan en paquetes con un volumen y un embalaje injustificados. Quizás usando materiales de bajo coste (y desafortunadamente… de alta contaminación).
Las cajas de Oway son de papel y cartón 100 % reciclados y tienen dimensiones acordes con su contenido, para eliminar la necesidad de sobreembalaje. Como empresa con huella de carbono neutral, y de acuerdo con los principios de la agricosmética circular, hemos optimizado todos los procesos de producción y compensado el inevitable exceso de CO2 causado por el transporte. Pero si hay una forma de reducir el «peso» que suponen las entregas en el medio ambiente, esa es diseñar las cajas de acuerdo con una lógica responsable y consciente.
Y cuestionarse continuamente a uno mismo: el único requisito necesario para mejorar nuestra huella en el planeta.